Sucesos Cumbres en la Vida de Cristo

La sexta lección en este curso enfoca en la vida y el ministerio de Jesús, desde su nacimiento hasta su resurrección.

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La verdadera felicidad no es algo que solamente se desea. Dios le ama tanto que envió su Hijo Jesús para ser su amigo. Los que le reciben tendrán felicidad eterna. Jesús es el mejor regalo que pueda tener.

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Jesús creció en Nazaret, una ciudad de unos 15 mil habitantes en la provincia de Galilea. Era un lugar de parada en la gran carretera que unía a Jerusalén y el puerto de Tiro y Sidón. El vicio y el crimen eran tan comunes que la gente decía: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret? Jesús vio la maldad, el egoísmo, la corrupción, la crueldad y la rebelión contra Dios. Vio que los hombres y las mujeres eran esclavos del pecado.

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Moisés fue un gran profeta y líder. Sacó a su pueblo de la esclavitud y les dio las leyes de Dios. Dios mostró a Moisés que el Mesías sería también un profeta, que daría al pueblo el mensaje de Dios. Él sacaría al pueblo de la esclavitud del pecado. Sería Rey de su vida y les daría nuevos mandamientos que serían su norma de conducta en la vida.

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Había dos formas de dejar una herencia: mediante un testamento, o por repartición de los bienes a los herederos aún en vida del propietario. El hijo menor estaba ansioso por irse de la casa para disfrutar la vida a su propia manera. Quería escoger sus propios amigos. No quería que su padre o su hermano le estuviesen diciendo qué debía hacer. Así que el padre le dio su parte de la herencia y él se fue de la casa.

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Los principales jefes religiosos odiaban a Jesús porque Él predicaba contra sus pecados. Estaban celosos porque las multitudes lo seguían. Jesús sanaba a los enfermos y hasta había resucitado a varios muertos. Decidieron arrestarlo, acusarlo de ser un revolucionario y quitarle la vida. Sin embargo, tenían miedo de que si arrestaban a Jesús abiertamente, la muchedumbre lo defendería. Así que sobornaron a uno de sus discípulos, a Judas Iscariote, para que los guiara de noche hasta Jesús.

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Nicodemo y José de Arimatea, dirigentes religiosos que creían en Jesús, obtuvieron permiso de Pilato para sepultarlo. Sabían que Jesús estaba muerto porque, precisamente para asegurarse de ello, uno de los soldados le había dado un lanzazo en el costado. Envolvieron en lienzos el cuerpo del Señor, lo pusieron en un sepulcro nuevo abierto en una peña, e hicieron rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro. Nicodemo recordaba las palabras de Jesús, que Él tenía que ser “levantado”, o sea, crucificado.

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